Era una noche cualquiera de frío invierno en mi infancia cuando estaba a punto de ocurrir algo asombroso.
Sola, en aquella oscura habitación de techos altos y lámparas de araña, donde un rayo de luz procedente de la única farola de la calle, se colaba por la ranura que mi ventana permitía debido a la añeja madera que la formaba, dormía yo.
En el ala este de la casa, descansaba mi dulce y cansada octogenaria abuelita, con cara de ángel y alma de guerrera, acompañada siempre de su fiel e inseparable gatita.
Un leve crujido me sobresaltó en mitad de la noche. Sin apenas abrir los ojos me abracé más fuerte aún a mi peluche, el señor Don gato, y me acurruqué debajo de las pesadas mantas zambullendo la cabeza como si de un escudo se tratase.
Fue un segundo chasquido el que acabó de desvelarme y despertó a la vez mi curiosidad dejando de lado el temor a la oscuridad que cualquier niño de esa edad podría sentir. Al abrir mi primer ojo divisé una silueta, no mucho más grande que el señor Don gato, de pie en una esquina de la cama emitiendo suaves murmullos. Aún no estaba segura de si seguía durmiendo por lo que, sin dejar que mi compañero de sueños se alejase mucho de mí, me froté los ojos con los puños para abrirlos de nuevo, esta vez los dos.
Me quedé observando a la criatura, que aún no conseguía adivinar qué era, cuando de repente se giró para mirarme, aunque aún nos separaban tres cuartos de la cama. ¡El sobresalto fue mutuo!
Conforme mis pupilas se adaptaban a la oscuridad empezaba a descifrar la silueta de aquel misterioso ser con más detalle. Si no fuera porque movía su pequeña cabeza y enormes orejas de un lado a otro mientras me observaba desconcertado, hubiera jurado que era uno de mis peluches, pese a que no tenía explicación alguna de cómo habría llegado del sillón a la cama.
Después del inesperado encuentro se incorporó tímidamente a cuatro patas para dar un primer paso a través de las mantas, mientras continuaba emitiendo sonidos imposibles de descifrar, con una tierna y triste vocecilla.
Fue en ese momento cuando deduje que aquella criatura era inofensiva ya que aparentaba estar más asustada que yo, así que solté al señor Don gato a un lado y con voz tenue, para no despertar a nadie, le pregunté qué era.
Aquel ser, de naturaleza desconocida, empezó a emitir una delicada luz que dejaba ver completamente su preciosa apariencia. Como si de un cuento de hadas se hubiera escapado, parecía estar hecho de blanco algodón, con dos enormes y redondos ojos violetas que ocupaban casi todo su dulce rostro y una diminuta nariz que no paraba de mover.
Repetí mi pregunta, como si esta vez me fuera a entender, y por raro que parezca creo que así fue. Aunque no obtuve la respuesta que esperaba, lo que hizo aquel singular ser fue mucho más increíble que entonar palabra alguna. Se incorporó en sus dos patitas traseras, elevó sus enormes y acolchadas orejas y comenzó a radiar una luz en forma circular del tamaño de una televisión, como si de un holograma se tratase.
Yo no podía salir de mi asombro al presenciar con mis propios ojos tal hecho. Por lo que seguí hablándole “¿cómo te llamas? “ le pregunté,” ¿de dónde vienes?”, ¿qué haces aquí?, etc.
Pero su forma de comunicarse conmigo era a través de la luz que irradiaba, lo que entendí cuando le dio más intensidad a la imagen que estaba creando para fijar mi atención en ella. Así que le hice caso y desvié la mirada hacia allí. Poco a poco empezó a aparecer la figura de un niño pequeño tumbado en su colorida cama llena de peluches. Por lo que parecía, conforme la imagen se hacía más clara, aquel pequeño estaba teniendo una horrible pesadilla.
Eso es lo que tenía tan preocupado al misterioso ser.
¡Por fin lo entendía todo!
Él era el encargado de los dulces sueños del pequeño, pero por alguna extraña razón se había perdido, había cruzado el limbo entre el mundo de los sueños y el mundo real.
A causa de eso, su creador, aquel niño, estaba sufriendo las consecuencias. Esa noche no iba a tener dulces sueños.
“¿Pero cómo podía ayudarlo yo? ” – me preguntaba para mi interior.
Había perdido totalmente la noción del tiempo, tratando de asimilar la fascinante aventura que estaba viviendo, cuando de pronto la puerta de la habitación se abrió dejando entrar la luz del pasillo y una voz irrumpió el silencio de aquella extraña noche.
Fue entonces cuando me desperté.